martes, 24 de febrero de 2015

WOULD’VE, COULD’VE, SHOULD’VE

  Tres palabras se grabaron en el pasado para conjeturar un futuro menos deslucido que el que se avecina con el ocaso del verano. Tres intenciones que sólo serán intentos fallidos por desandar el camino pactado que se derrumba con el campanazo de cada hora por llegar. Podrías elegir otro sendero y experimentar los designios de ese camino y quizá esperar un verdor más amigable de ese bosque que se cruzó en tu contienda. Podrías haber detenido el tiempo y congelarlo para que el arribo del sol de enero no disolviera tu reino cristalino pero, ese poder no está en tus manos, no puedes controlar la fuerza fiera de la naturaleza, tus manos no son más que partículas de arena que el viento arrastra dondequiera a su placer. Deberías haber elevado tu vista para echar un vistazo por sobre las copas de los árboles y así quizá no perderte en el sinfín de ramas que nublaron tu perspectiva. Pero las ramas frente a ti fueron muy espesas y sus hojas te condujeron a un oasis de dulzura agraz que no pudiste resistir. Deberías haber escuchado el susurro del viento que te advertía del entramado que se avecinaba fuera del oasis del que fuiste huésped por tanto tiempo. Debiste cerrar las compuertas de tu aparente fortaleza para ahuyentar a las huestes de tribus nómades que se agolpaban frente a tus fronteras. Debiste blindar el cofre que te fue encomendado custodiar para evitar su desaparición y posterior hundimiento, pero nuevamente recordaste que tus fortalezas, tus territorios y tus grandes arboledas no significarían nada para la tempestad que se fraguaba en las alturas del cielo estival. La lluvia, el viento y el frío serían los impensados verdugos que traerían consigo el páramo que se presentó en tu camino.

lunes, 23 de febrero de 2015

EN EL VACÍO



 Sólo queda un punzante  vacío en ese cofre perdido y enterrado en las profundidades del océano pacífico. No hace mucho tiempo atrás fue abandonado a propósito por aquella alma que decidió hundirlo en sus intranquilas arenas para que la erosión del tiempo y las frías corrientes construyeran una pared que aprisionara y callara aquel baúl para que éste no palpitase nunca más. El silencio reinó y construyó un fuerte en aquel lugar y cualquiera que osara interrumpir esta perenne quietud era mordido con el veneno del recuerdo de la partida inaugural que provocó este hundimiento. Junto al silencio gobernaba también la demencia que con su presencia ensombrecía aún más los cimientos de la fortaleza en el lecho del mar. Juntos, el silencio y la demencia tutelaban la vacua morada del cofre para que nadie jamás clamara o lo buscase con un ánimo de tregua. Ese fue el destino para ese desdichado cofre que algún día estuvo abierto y rebosaba un tesoro inconmensurable pero que fue oscurecido y ahogado en las frías aguas sin remordimiento alguno.