Tres palabras se grabaron en el pasado
para conjeturar un futuro menos deslucido que el que se avecina con el ocaso
del verano. Tres intenciones que sólo serán intentos fallidos por desandar el
camino pactado que se derrumba con el campanazo de cada hora por llegar. Podrías
elegir otro sendero y experimentar los designios de ese camino y quizá esperar
un verdor más amigable de ese bosque que se cruzó en tu contienda. Podrías
haber detenido el tiempo y congelarlo para que el arribo del sol de enero no disolviera
tu reino cristalino pero, ese poder no está en tus manos, no puedes controlar
la fuerza fiera de la naturaleza, tus manos no son más que partículas de arena
que el viento arrastra dondequiera a su placer. Deberías haber elevado tu vista
para echar un vistazo por sobre las copas de los árboles y así quizá no
perderte en el sinfín de ramas que nublaron tu perspectiva. Pero las ramas
frente a ti fueron muy espesas y sus hojas te condujeron a un oasis de dulzura agraz
que no pudiste resistir. Deberías haber escuchado el susurro del viento que te
advertía del entramado que se avecinaba fuera del oasis del que fuiste huésped por
tanto tiempo. Debiste cerrar las compuertas de tu aparente fortaleza para ahuyentar
a las huestes de tribus nómades que se agolpaban frente a tus fronteras. Debiste
blindar el cofre que te fue encomendado custodiar para evitar su desaparición y
posterior hundimiento, pero nuevamente recordaste que tus fortalezas, tus
territorios y tus grandes arboledas no significarían nada para la tempestad que
se fraguaba en las alturas del cielo estival. La lluvia, el viento y el frío
serían los impensados verdugos que traerían consigo el páramo que se presentó
en tu camino.
martes, 24 de febrero de 2015
lunes, 23 de febrero de 2015
EN EL VACÍO
Sólo queda un punzante vacío en ese cofre perdido y enterrado en las profundidades del océano pacífico. No hace
mucho tiempo atrás fue abandonado a propósito por aquella alma que decidió
hundirlo en sus intranquilas arenas para que la erosión del tiempo y las frías corrientes
construyeran una pared que aprisionara y callara aquel baúl para que éste no palpitase
nunca más. El silencio reinó y construyó un fuerte en aquel lugar y cualquiera
que osara interrumpir esta perenne quietud era mordido con el veneno del recuerdo
de la partida inaugural que provocó este hundimiento. Junto al silencio
gobernaba también la demencia que con su presencia ensombrecía aún más los
cimientos de la fortaleza en el lecho del mar. Juntos, el silencio y la
demencia tutelaban la vacua morada del cofre para que nadie jamás clamara o lo
buscase con un ánimo de tregua. Ese fue el destino para ese desdichado cofre
que algún día estuvo abierto y rebosaba un tesoro inconmensurable pero que fue oscurecido
y ahogado en las frías aguas sin remordimiento alguno.
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