martes, 19 de abril de 2016

TU CRUZ

  Pasada la medianoche mi mente moraba un lugar lejano y olvidado, en la penumbra que dejó aquella vela que se extinguió. Pernoctando frente a la débil fogata que hice con unos maderos que encontré camino a casa y que de seguro seguían húmedos por el aguacero que terminaba y que nos daba un respiro. Tu nombre brotó de entre las cenizas y quemó la superficie de metal en la que se encontraba, los maderos húmedos avivaron el ardor de tu mención, el fuego ardía no sólo en aquella fogata, sino que también ardía dentro de mi pecho, pero no quemaba ni ofrecía calor alguno, por el contrario, el gélido incendio escarchaba el asilo de mi corazón, una llaga brotaba en ese lugar y paralizaba la respiración. La cicatriz tal perenne habitante floreció nuevamente y extendió sus tibios brazos a todo mi cuerpo. Tu cruz la cargué hace mucho tiempo y la deposité en aquel páramo que habíamos acordado para que ningún otro visitante la adornara con flores frescas que luego marchitarían. Lejos de toda vista, tu cruz aguantó las arremetidas del deterioro del tiempo. Nunca pensé que hoy, frente a esta fogata con aroma a tierra húmeda, tu cruz volvería a estar intacta dentro de mi habitación.