Mírala allí como se
desliza entre la gente con su andar preocupado. Cada vez que debe pasar entre
un grupo de personas, pide permiso con una voz humilde. Como si el permiso
fuera algo obligatorio. Miren todos a la rara que se pasea entre la muchedumbre
capitalina y que esquiva los hombros de los demás. Rara mujer de mirada sumisa,
su voz se quiebra al exigir sus derechos. Una y otra vez recibe empujones y
golpes de los viajeros apilados unos sobre otros en los vagones que avanzan
saturados de jaurías de terno y corbata y de bandadas de vestidos coloridos.
Una vez, la rara se puso de pie para ceder su asiento a un anciano que lucía
una fisionomía agotada por el turno extenuante que acababa de terminar.
Claramente las personas que la rodeaban le regalaron su desprecio por tal
fechoría realizada. Otro día, se le vio tomar de la mano a un ciego para
ayudarlo a cruzar la calle, a la rara le gustaba perpetrar tamañas jugarretas.
Por suerte, ya pasadas varias tardes de verano e invierno, la rara salió de su
casa en busca de nuevos crímenes, en su camino al trabajo dobló la esquina como
muchas veces lo había hecho antes y 2 hombres se cruzaron frente a ella e
intercambiaron unas palabras. Estos caballerosos seres le quitaron todas sus
pertenencias y gentilmente acabaron con su vida, dejándola así a la intemperie
y en la desolación. Benevolente fue la acción de estos 2 bienhechores pues la rara
merecía el repudio de todos nosotros en este zoológico de cartón.