Siento un ruido que se
acerca. El piso tiembla y retumba al morir cada segundo. Es un estruendo que viene
desde el suelo y me desestabiliza. Miro entre el gentío, pero nadie devuelve la
mirada, solo un perro nota mi desesperada búsqueda. No es un animal agraciado,
su pelaje se ve descuidado y algo tiñoso, como si alguien lo hubiese olvidado
en la calle y las crueles temperaturas de las ciudades hubiesen herido su piel.
Aquel animal lucía viejo y enfermo, no había luz en su mirada, más sentí pena
por él. De pronto, su mirada cambió drásticamente de rumbo. Se dirigió hacia el
terror y sus ojos destellaban de pánico hacia la mía. Me observaba y yo podía
ver que entendía cuáles eran mis aflicciones. Aquel ruido entonces se hizo ensordecedor hasta el límite de
alterar mis latidos. Fue cuando entonces el perro y yo comprendimos que
habíamos sido escogidos por la muerte para ser sus invitados de honor.
domingo, 31 de julio de 2016
domingo, 3 de julio de 2016
LA DESPEDIDA
Ella caminaba
acompañada de otro hombre. Se veían felices. Sus cómplices miradas tenían un
brillo secreto. El sudor quedó atrás, el fervor anidó en aquella cama neutral,
sus sortijas se mantuvieron bien guardadas en los bolsillos interiores, ambos
celulares desviaron cualquier llamada, las caricias y besos quedaron ocultos de
la luz del día. Al despuntar el alba, ella se despidió con un cordial abrazo y
condujo hasta su trabajo en los tribunales, él, por su parte, tomó el primer
bus que apareció y fue a desayunar con su familia, sus hijos ya tenían todo
listo para que él los fuese a dejar al colegio.
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