lunes, 31 de octubre de 2016

LA TUMBA NÚMERO QUINCE


   En el tercer callejón pasado la entrada se encuentra la tumba número quince. La gente dice que allí descansa don Aurelio San Martín, un buen hombre que había fallecido a sus 40 años, luego de un mortal cáncer. La tumba estaba habitada desde hace 15 años, según recuerda el cuidador de ese sector. Lo que más le llama la atención es que todos los días, siempre antes del anochecer, una anciana visita aquella lápida y posa sobre ella un ramo de rosas con colores mixtos. Según cuentan los vecinos, esa mujer es doña María Norambuena, viuda de don Aurelio, y desde el día de su muerte, siempre lo visita en su nueva casa. La gente piensa que doña María nunca lo pudo olvidar, y según se oye en los pasillos, ella intentó quitarse la vida en reiteradas ocasiones. Sus muñecas expuestas exhiben marcas moradas y rojas, su pelo cubierto de escarcha invernal y en su mirada, el sol ya no se posa más. Doña María siempre lleva consigo un libro que lee en voz alta frente a la hierba que cubre aquel nicho y si la oyes, puedes jurar que se lo lee a alguien. Muchas veces los nocheros habían intentado sacarla del tercer callejón para poder cerrar el cementerio, pero la anciana siempre lograba salirse con la suya y quedarse más tiempo.
Un día, el gerente del cementerio comentó que ya había pasado mucho tiempo y que las cuotas seguían impagas por lo que decidió cambiar de lugar el sepulcro de don Aurelio y moverlo a la fosa común que estaba en el fondo de aquel lugar. – Si usted no paga, no tiene derecho a descansar gratuitamente – es lo que solía decir el gerente. Y sin otra parsimonia, un día los trabajadores acudieron con sus palas y picotas a remover aquel inerte ser, para que su lugar fuese ocupado por un nuevo arrendatario. Esa tarde y a la misma hora de siempre, la anciana se acercó a la tumba quince y no encontró a su marido por lo que su llanto se transformó en un eco sobre las paredes mohosas del tercer callejón y sus sollozos anidaron en la hierba y se adhirieron al granito. El cuidador asustado por aquel lamento ensordecedor acudió al lugar, pero no la encontró. Buscó y buscó por todos lados hasta que decidió ir a la fosa común en la parte de atrás. Tal fue su sorpresa al llegar a ese lugar cuando solo vio un ramo de rosas de colores mixtos que cubría la tierra fresca removida y muchas hojas de un libro repartidas por todo el sector, pero no había rastro alguno de la anciana, solo un susurro que recorría el lugar como una pena flotante en el aire.