domingo, 31 de julio de 2016

ELEGIDOS


  Siento un ruido que se acerca. El piso tiembla y retumba al morir cada segundo. Es un estruendo que viene desde el suelo y me desestabiliza. Miro entre el gentío, pero nadie devuelve la mirada, solo un perro nota mi desesperada búsqueda. No es un animal agraciado, su pelaje se ve descuidado y algo tiñoso, como si alguien lo hubiese olvidado en la calle y las crueles temperaturas de las ciudades hubiesen herido su piel. Aquel animal lucía viejo y enfermo, no había luz en su mirada, más sentí pena por él. De pronto, su mirada cambió drásticamente de rumbo. Se dirigió hacia el terror y sus ojos destellaban de pánico hacia la mía. Me observaba y yo podía ver que entendía cuáles eran mis aflicciones. Aquel ruido entonces se hizo ensordecedor hasta el límite de alterar mis latidos. Fue cuando entonces el perro y yo comprendimos que habíamos sido escogidos por la muerte para ser sus invitados de honor.

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