Siento un ruido que se
acerca. El piso tiembla y retumba al morir cada segundo. Es un estruendo que viene
desde el suelo y me desestabiliza. Miro entre el gentío, pero nadie devuelve la
mirada, solo un perro nota mi desesperada búsqueda. No es un animal agraciado,
su pelaje se ve descuidado y algo tiñoso, como si alguien lo hubiese olvidado
en la calle y las crueles temperaturas de las ciudades hubiesen herido su piel.
Aquel animal lucía viejo y enfermo, no había luz en su mirada, más sentí pena
por él. De pronto, su mirada cambió drásticamente de rumbo. Se dirigió hacia el
terror y sus ojos destellaban de pánico hacia la mía. Me observaba y yo podía
ver que entendía cuáles eran mis aflicciones. Aquel ruido entonces se hizo ensordecedor hasta el límite de
alterar mis latidos. Fue cuando entonces el perro y yo comprendimos que
habíamos sido escogidos por la muerte para ser sus invitados de honor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario