Allí acabó la huida de aquel ser, sus débiles
y arañados brazos no fueron capaces de sostener su cuerpo exhausto. Aunque la
cima nunca prometió nada concreto que le brindase un bálsamo para la inevitable
realidad, este ser tomó rumbo hacia la cúspide muy a pesar de los de su misma
especie. El camino nunca fue hacedero y sólo le presentó impedimentos que le
recordaban lo absurdo de su empresa. Una promesa del aire fue su juramento
sagrado y sus palabras las firmó ensangrentadas. Pero tal cruel emprendimiento
fue más afanoso y le encaró la realidad que había desaparecido con esa neblina
de lo irreal, se cansó de mendigarle suerte al inhumano destino, se rindió
frente a los disfraces que el olvido entregó a su paso, renunció a la empresa
que había comenzado largos años atrás, fue cosa de sólo un instante en el que
desplegó sus lacerados brazos, cerró sus ojos y se despidió de la cumbre a la que
alguna vez prometió alcanzar y se dejó caer en el abismo que le sirvió de
epitafio.