“Pero si yo si te amo, te juro que te
amo. Eso sólo fue un desliz que no significó nada para mí”. Si prestamos
atención a dos aspectos sustanciales de tan tamaña falsedad nos daríamos cuenta
de que no es culpable el que miente sino que el que se deja mentir. Para las
mentiras tiene que haber un oído cómplice (o idiota-por no decir weón) que cree
el cuento de hadas que le están relatando. Por una parte, está esa lengua
oscura y extranjera que incluye a su prosa una baratija de discursos prefabricados,
como en las telenovelas, pero no las de la tarde, sino de esas que dan en la
madrugada, malas y cursis como ellas mismas. Ese discurso embustero que el falocentrismo
chauvinista nos legó… “puedo amar a una y acostarme con otra”. Analicemos esta
frase, ¿es decir que el pene y el corazón, donde simbólicamente se alojan
nuestros sentimientos, no se llevan bien? Yo pensé que hacer el amor significaba
eso mismo… pero al parecer, la palabra follar
debería ser la única acepción para este acto carnal porque, aunque suena cruda
y vil, se acerca más a lo lascivo del acto. ¿Y si utilizamos mejor la palabra fornicar ? No, mejor que no porque esa
palabra está cargada de una connotación religiosa y no me quiero meter en ese
tema porque de lo que si estoy convencido es que si se trata de inventar ficciones,
cuentos de hadas y demases los católicos ganan por amplio margen. Volviendo al
tema de la pugna pene/corazón, ambos están conectados por la sangre que circula
entre ellos, claro, uno la bombea para hacerla llegar al otro pues sin la ayuda
de uno, el otro no podría sobrevivir y viceversa. Entonces, ¿por qué tanta
independencia del uno al otro, si están tan conectados corporalmente? ¿a quién
hacerle caso entonces? ¿Para qué mentirle a uno si el otro es el que manda?
Por otra parte, está ese oído que se
deja embaucar con palabras empapadas de sudor postcoital, que le da la bienvenida
a ese tren de explicaciones permutadas en una cantina de mala muerte o en una
pocilga del amor exprés. “Peor es nada, peor es estar sólo” una vez se escuchó
en un susurro. Ese miedo a la soledad es la moneda de cambio en este país de
las maravillas, la soledad reina en su trono tirano y atemoriza en pos de la
rutina eterna. Entonces usted me dirá que estoy infiriendo que el amor no es
más que rutina y/o miedo a la soledad acompañado de la medida justa de mentiras,
y yo le contestaré: SI. El intangible y eterno tópico inspirador de millones de
páginas en miles de idiomas no es más que un invento que le dijeron cuando usted
era pequeño para explicarle el porqué de la renuncia al ”yo”.