Aún recuerdo nuestro mediodía
cuando revoloteábamos en la orilla del mar y nos contábamos historias de vidas
pasadas. Era mediodía y nos tomamos un café en el terminal de buses y seguimos
con la plática interminable. Confesaste que huías del ayer y que el presente
era tu guarida y escondite junto a mí. Eran las cinco de la tarde y me dijiste
que debías regresar, que tu burbuja de felicidad estaba por desaparecer porque
la realidad siempre volvía una y otra vez a tu puerta. Juntos cruzamos la
frontera de la fantasía e ingresamos al mundo real con nuestro pasaporte de
libre tránsito. Alrededor de las 8, justo cuando el atardecer se presentaba a
nuestros pies, unas palabras de agobio flotaron de tus labios temblorosos. Mis oídos
fueron cual puerto a esas errantes frases que zarparon de entre tus dientes y
no pude más que reconocer el poco tiempo que nos quedaba de luz y de oxígeno. La
medianoche llegó sin ser invitada y nos recibió en su gélido umbral, mas tu ni
yo llevamos abrigo. Aún recuerdo cuando el sol estaba muy alto en el cielo y
teníamos montones de historias que escribir, sin embargo, ahora luego de la
medianoche, ya no quedan historias por ser contadas, ya no quedan páginas por
llenar, la pluma que plasmaba nuestro camino se quedó sin tinta, ya no hay
cafés que nos brinden calor como esa tarde de julio, nuestros pasaportes
expiraron y no podemos cruzar hacia los parajes de nuestra burbuja escapatoria,
este libro que se escribía solo se quedó sin páginas en blanco, estamos en cero
al igual que esta historia antes de ti.
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