Hace setecientos
treinta pasos atrás le pedí a la luna que te devolviera de tu revoloteo. En un
ataque de egoísmo le supliqué que cambiases el rumbo hacia el norte y te
dirigieras a mi escondite citadino. Esa noche, muy lejos de aquí la luna oyó mi
ruego y con sus hilos de luz cándida amarró tus alas y te hirió para que no
huyeras despavorida. De mala gana aceptaste el cobijo que se te ofreció, más
tus fuerzas eran tenues. El paisaje que tus ojos ahora contemplan son los
mismos de los que huiste tiempo atrás. Este ser sigue siendo el mismo que agotó
tus esperanzas y que ennegreció tu trayecto iluminado. Hoy nuevamente me
encuentro con la mirada fija hacia la luna y le pregunto si fue correcta esa decisión
de interrumpir el curso natural de las cosas y hacerle frente al terco destino
que todo lo arrebata. Aun espero esa respuesta de aquella luna silente. Hoy tu
plumaje parece libre de llagas y tus alas se sienten fuertes nuevamente. Tengo miedo
de la respuesta que llegue de la luna, pues muy dentro de mí hay una voz que
sentencia lo que volverá a pasar, al igual que tres veranos atrás.
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