Cuando
el reloj estaba a punto de deshojar la última campanada para desahuciar el
jueves y recibir con satisfacción y anhelo este nuevo día, allí se encontraba
aquel muchacho tímido y soñador, sentado esperando el despegue de sus ilusiones
junto con las de todos sus seres queridos, ¿su destino? El tan anhelado
proyecto de vida que por fin estaba concretándose. Tantas penas, frustraciones
y esfuerzos tuvieron que vivir para hacer realidad este sueño que estaba a
punto de abordar. Al mirar su reloj, se percató de que ya estaba volando rumbo
al sur, la fecha marcaba 5 de febrero, aquel fúnebre día que nunca vivió, que
cambió todo lo que conocía y que alteró todo lo que apreciaba. Luego de ese día
las cosas nunca fueron como las recordaba, su existencia dió un giro impensado,
lo blanco era negro y lo negro era blanco… la tonalidad de los colores ya no
era la misma, el brillo del sol ya no le brindaba temperatura a su sangre, ya
no era vida lo que lo mantenía vivo, sino inercia, mera inercia, se acostumbró
a vivir de migajas y de olvido, sus únicas pretensiones eran sobrellevar el día
a día quejumbroso y fatigado, ya cansado y perturbado por la nueva imagen que
sus ojos le reflejaban. La gran paradoja de todo esto fue que ese día de
febrero nunca lo vivió y también nunca le devolvió la vida que le arrebató al
abordar rumbo a sus ilusorios proyectos de vida.