jueves, 20 de junio de 2013

PLAZA DE LA CONSTITUCIÓN

  Cuando el albor del sempiterno resplandor de nuestra estrella de vida se desvanecía lentamente para dar la bienvenida a la pálida luz de la luna, Amalia y Steve caminaban de la mano por la plaza de la constitución, era un fastuoso atardecer de septiembre. Aquel lugar los había seducido desde el primer día que sus miradas rompieron el monótono ritmo santiaguino, por eso lo frecuentaban cada tarde como sagrado mandamiento dictado por sus jóvenes y esperanzados corazones. La quebrantable vida de las flores que fueron testigos de sus encuentros cada ocaso, nunca pudo compararse al imperecedero afecto del que fueron devotos Amalia y Steve.

  Hoy, sin embargo, luego de lejanos 5 años desde aquella tarde inaugural extasiada de felicidad desbordante y de promesas sin cumplir, en este aletargado otoño, aun se puede distinguir a Steve entre el gentío anónimo y distante, contemplando el paso del tiempo sin esperanza alguna el retorno de Amalia. El espera sentado en el mismo lugar donde regaló su primera perenne flor símbolo de un sentimiento naciente. Este gélido y abrasante atardecer lleno de aromas que embriagan de recuerdos agridulces la cabeza de aquel olvidado amante, le recuerda a la plaza de la constitución que aquellos vanos juramentos hechos en sus siempre verdes pastos no son más que hojas relegadas de algún árbol víctima del otoño, que fácil huyen con el viento que las invita a desaparecer con su hálito mordaz.