Sabía quién yo era, era indudable quien
quería ser, me persuadí hacia quién yo debía retratar, la profunda convicción
de mi ser era incuestionable… pero la distancia fue mi traición y mi condena. No
sólo estaba equivocado respecto a quien posaba frente al espejo cada mañana,
sino que también le mentí a quien yo creía ser. Al cabo de esa semana, la errante
noción de mi esencia se tornó borrosa y lóbrega tal como una tarde de agosto. La
decepción fue mi eterna compañera. Si tan sólo en ese momento hubiese recordado
quien yo quería ser, nada sería igual, tal como está ahora.