Combatiendo
enormemente contra la afinidad que ese extremo opuesto ejercía sobre su
tangible corporeidad, y a la vez, negando su naturaleza positiva que
lo atraía fuertemente hacia ese otro imán, así se observaba a ese testarudo y
necio magneto hasta que un día sin que nadie lo notase, cerró los ojos y
sintió como un poderoso impulso lo acercaba cada vez más a ese opuesto que tan
fieramente había resistido tiempo atrás. Luego de un par de segundos, abrió los
ojos y contempló que ese opuesto negativo formaba, junto con su tangible
positividad, un solo imán y que su lucha había sido innecesaria
pues, algo tan insignificante y simple como el, no podía luchar
contra las leyes de la física, sino más bien su cometido era unirse a su
disímil en un imperecedero y potente abrazo de rendición y paz.