sábado, 22 de junio de 2013

BUKOWSKI Y LA BIBLIA

 Sumido en las narraciones sombrías y mundanas, llenas de genitalidad pasajera y frotaciones corporales en algún burdel de bajo costo en aquella ciudad olvidada por la modernidad positivista, esa que olvida y rechaza la existencia de un sub-mundo ajeno a la bonanza -para algunos- capitalista.
  Así me encontraba yo, inundado por las grotescas descripciones del mundo que nadie quiere ver ni admitir, el mundo al que todos prefieren hacer vista gorda y asociarlo a la vida bohemia de los sin alma y despojados de la vida decente y políticamente correcta. Consumido por cada página que leía, el tiempo parecía no avanzar a mi alrededor, cada línea traía consigo un sinfín de imágenes que avivaban mi desinhibida imaginación, sólo la voz de aquella mujer que anunciaba la llegada próxima a la estación de destino logró desencajar mi pensamiento de aquel libro que me aprisionaba con la seducción de su narrativa mordaz y sincera.
  Al colocar el marcador de páginas en el tercer párrafo del quinto capítulo, mis ojos cambiaron su concentrada dirección y lograron divisar un par de ojos aterrorizados al cruzarse con mi mirada. Afortunadamente la época de detención por sospecha ya era parte del pasado, porque de lo contrario, esos ojos frenéticos y acusadores habrían sido mi sentencia. Aquellos ojos me estudiaban y acusaban mi actuar, un dejo de desdén también acompañó la sentencia que se presentaba frente a mí. Luego de un momento, el gesto de acusación se convirtió en espanto mezclado con una lastimosa vergüenza, a lo que no pude sino realzar mi mirada e intentar comprender lo que sucedía frente a mí. Para mi sorpresa, la persona de los ojos acusadores era un anciano muy bien vestido, llevaba una camisa a cuadros, un pantalón de tela color café claro, un gorro de paja y una cruz de madera que resaltaba por sobre toda su vestimenta. Este anciano también ojeaba un libro, pero éste era negro con hojas rojas, que en su tapa tenía una inmensa cruz de color escarlata.

  Después de un momento comencé a  hilar mis pensamientos y comprendí la ira castigadora de sus ojos, a lo que respondí con una sonrisa cómplice al pasar por su lado y luego agregué un “Buenos Días”. Las paradojas de la vida nunca las podré comprender, sólo me provocó cierta felicidad el saber que en un mismo vagón podían encontrarse dos visiones tan opuestas, que nos ayudan a comprender lo irónico y estropeado de este mundo, donde unos buscan la salvación en un libro, mientras que otros-y aquí yo me incluyo- sólo buscan distraer la imaginación y dejarse llevar por la narrativa de un buen autor.