viernes, 21 de junio de 2013

FRANCISCO Y SU MUERTE

  La noche llegaba a su punto más gélido, el viento del norte soplaba a jirones descascarando las pocas hojas huérfanas que quedaban del lejano otoño de ese año. Era pleno invierno y Francisco no lograba armarse de valor y cerrar sus ojos, las imágenes vivas de aquel momento lo atormentaban y no lo dejaban en paz. La inconmensurable oscuridad de su cuarto le ofrecía cierta seguridad, allí se sentía dueño y soberano de su vigilia, ningún fantasma del pasado le podía infringir herida alguna a su vejado corazón. Acostado en su cuarto con los ojos abiertos cuan débiles faroles en una espesa niebla, como si de la vigilia dependiese la lucidez que tan esquiva le había sido últimamente. Sin embargo, todo esfuerzo era en vano pues luego de eternos segundos, la oscuridad se mezclaba con el sueño, tener los ojos cerrados no impedía a las imágenes aparecer en la mente de Francisco y recordarle la razón de su desesperanza y dolor. Cada imagen clara y viva como un manantial lleno de recuerdos del pasado lo golpeaba con brusquedad y sin piedad alguna como si estuviesen cargadas de emociones concretas y de sentimientos palpables. Por eso a Francisco le atormentaban las noches, porque cada nueva traía consigo un mar de imágenes que le quitaban de a poco la frágil vida que le quedaba.  Luego de esa imperecedera noche escondido en las tinieblas de su cuarto, aguantando la arremetida del sinfín de imágenes que lo atacaban y le deshilaban el pensamiento, nublándolo y contagiándolo con esa putrefacta enfermedad del desapego, luego de aguantar no sin gran dificultad esa última noche de su vida, decidió ponerle término a su pesadumbre…

A la mañana siguiente, cuando el primer rayo de luz logró colarse de entre las gruesas paredes de su cuarto, cuando la noche cedía derrotada su trono frente a la inminente llegada del día, Francisco comprendió que debía comenzar a vivir luego de cuatro años de forastera existencia dentro de su propio cuerpo.